domingo, 6 de septiembre de 2009


Dígamelo todo (En poco más le diré cómo me escribirá con confianza). Y cuando me conozca y el edificio dorado se derrumbe, sea honrado y dígamelo también.
Yo no le pediré sino eso: lealtad. Nada más. Yo lo sufriré todo: El no verlo, el no oírlo, el no poder decirle mío, porque mío no puede ser; todo, menos que juegue con este guiñapo de corazón que le he confiado con la buena fe de los niños.
Sane. No haga desarreglos; no se desabrigue; no ande demasiado; levántese tarde; no se exalte, coma abundantemente.
Espero con ansias su carta. ¡No sé de su corazón hace tanto tiempo! Como sus cartas me dicen poco de él, se me antoja extraño, lleno de otros sentires, consumido de otra fiebre, repleto de otras cosas. ¡Si yo pudiera creer un momento siquiera que al menos hoy es mío, bien mío! Si en este momento de ternura inmensa te tuviera a mi lado, en qué apretado nudo te estrecharía, Manuel!
Hay un cielo, un sol y un no sé qué en el aire para rodear sólo seres felices. ¿Por qué no podemos serlo? ¿Lo seremos un día?


Gabriela Mistral. Carta a Manuel Magallanes Moure

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