enloquecer)
domingo, 19 de junio de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
Hay que reír para espantar a los fantasmas*
Hay que reír y montarse
en el verde que les cubre
la bravura.
Hay que desarmarlos,
descuerarlos,
dejarlos con la evidencia colgando
y así, con la herida abierta,
exhibirlos en los mataderos.
En las carnicerías de mi barrio
vendieron cadáveres
que de silenciosos no tenían nada.
Mis muertos hablaron
con sus caras de fascinación.
Ellos me contaron del horror del hedor
de la cláusula en los orígenes de su silencio.
Entonces dijeron
la profundidad de sus agujeros.
Hay que reír para espantar a los fantasmas.
A mis muertos los conocí
riéndome de la hidalga cabalgadura
de los uniformes.
Ellos comenzaron a deambularme.
Habiéndolos autorizado mi padre,
nos tomaron a mi hermana
y a mí
y con nosotras hicieron
orgías sanguinolentas.
Hay que reír para espantar a los fantasmas.
Después de lengüetearnos la humedad
partieron a confabular simulacros entre sí.
Con sus ratas lascivas apuntaron a mi madre.
Teniéndola encima la partieron por la mitad
y pudimos verle las vísceras al paraíso.
Mi madre decía que ella.
Mi madre pedía que nuestras aberturas no.
Y sin embargo todos los días
venían y se masturbaban riendo.
Nosotras llorábamos.
A nosotras nos chorreaban con el sebo de su transpiración
Querían fertilizarnos con su quejido desenfrenado
pero nosotras vomitábamos a sus hijos
mientras nuestro padre les devoraba
las uñas a nuestros hermanos.
Hay que reír para espantar a los fantasmas.
De la tierra nos desprendieron para jadearnos.
De la tierra nos trajeron para que les cosiéramos heráldicas.
A cambio de eso les cercenamos los tejidos
y cocinamos en su honor
pedacitos de los fetos que abortamos para castrarlos.
Hay que reír para espantar a los fantasmas
y perderle el miedo a la muerte.
Hay que reír para espantar a los fantasmas.
Para eso estamos vivos, compañero.
________________________________________
*Cita extraída del film Mi vecino Totoro.
Fagocitosis
Los animales me invocan. Los animales me tientan con consumar el sangramiento de mi pelaje. Los animales me dibujan figuras con las garras. Entonces les muerdo las manos y comienzo a escribir con el cuerpo. El cuerpo es tu conquista. El cuerpo es la señalética que los animales persiguen. Por eso aún tibia les remuerdo la conciencia. Giro alrededor de sus laceraciones. Palabreo mientras jadean. Me incorporo en su anclaje. Ardo de verlos lascivos y mojados. Mi cuerpo los persigue los retuerce los mutila.
Tú invocas a los animales. Los llamas por su nombre. Un animal es un asesino selectivo. Un animal conoce la adrenalina la transpiración la saliva de sus víctimas. Por eso ataca por la espalda. Poe eso muerde y espera pacientemente el destilado de la carne. Al animal le gustan los hedores de la muerte. Busca incendios donde tejimos los cariños. Y nosotros. A nosotros no nos que da más que guardarnos o mutilarnos o fugarnos o amar con los dientes las pupilas la rabia la matriz.
Nosotros invocamos a los animales. Los animales buscan lamer el lagrimal. A los animales los define la escasez de lo salado. Los animales tajean la carne. Lamen la entrepierna. Bosquejan la abertura. Tiemblan manosean miran. (Pedacitos de coirón les fueron dados para amenazarnos).
Los animales arman alfabetos con jaurías. (Una jauría es un deseo trasquilado en la mitad). Los animales muestran las encías. Llevan en sus colmillos la fisura de la historia.
Una leva brillante nos condujo al paraíso.
jueves, 19 de mayo de 2011
El cuerpo como conciencia residual en "Tecnogénero", de Beatriz Preciado
El género del siglo XXI funciona como un dispositivo abstracto de subjetivación técnica: se pega, se corta, se desplaza, se cita, se imita, se traga, se inyecta, se injerta, se digitaliza, se copia, se diseña, se compra, se vende, se modifica, se hipoteca, se transfiere, se download, se aplica, se transcribe, se falsifica, se ejecuta, se certifica, se permuta, se dosifica, se suministra, se extrae, se contrae, se niega, se reniega, se traiciona, muta.
(Beatriz Preciado)
El ojo diseña un lenguaje que la pupila engañosa entrampa, inscribe, recorre, dotando de atributos ilusorios aquello a lo cual observa. Entonces, lo observado es un cuerpo, un molde, un sujeto - sujeto al poder, atado a la cláusula de la construcción biológica o tecnologizada mediante observaciones, operaciones, encuestas transcritas desde el laboratorio. Allí la carne es modelada hasta el ideal de perfección donde subyacen las miradas, los gritos, los susurros; lo moralmente aceptado dentro de una cuadrícula higienizada que manipula, evalúa, silencia y vierte el destino; lo esperable de acuerdo al movimiento, el pliegue, el paraje piloso del borde, el margen, la contaminación, la sangre, el desprendimiento, el endometrio. Una y otra vez los ojos –que norman, juzgan, advierten, prohíben- establecen los parámetros con que hombres y mujeres aparecen y desaparecen tras la cortina de su prohibición. El cáncer, la virginidad, la dieta, el sexo, el vómito, los cinturones, la fiebre, las plegarias, la peste, los tacos, la falda, la corbata, el pelo, la risa exagerada, la mirada microscópica, la conquista, la tejeduría, la urdimbre. Aracne, Filomela, Procne, Las Parcas, Odiseo, Eva.
El género se expande sobre un mesón para cortarlo, coserlo y medirlo de acuerdo a los atributos del cuerpo / objeto al que (se) vestirá. Su diseñador se pregunta cuáles órganos dejará al descubierto; qué tipo de doblez le viene al busto, cuál color combina con la piel; porque no es lo mismo una vieja negra que una blanca joven, y así sucesivamente. Vestir para (de)velar lo que la biología ha trazado. Cubrir para ensalzar la diferencia. Desnudar el cuerpo bajo la incisión. Las definiciones son trazadas en oposición a una alteridad marginadora. Soy yo porque no soy tú, porque me diferencio, me separo, me cubro con un género sin la necesidad innata de internalizarlo ni sentirlo ni escucharlo latir en sus puntadas. Me fue entregado. Lo miro, me lo muestran los medios de comunicación, me lo enseñan en casa, lo aprendo con mis amigas y ya está. En los mitos, en las historias, en los secretos, en las miradas, en mis uñas, mis orificios, mis secuelas. Lo he visto en películas, en libros, en series de TV. Para evitar el advenimiento de la barbarie comenzamos con el corte civilizado; el suministro de píldoras, el maquillaje. Para no mostrar. Para no tentar. Para no preñarme y reproducir de nuevo la noción sobre el pecado. Porque Pandora. Porque la Irene de Cortázar. Porque la deformación de los Buendía y su descendencia colicerda.
Sin embargo el laboratorio. No obstante el corte. Esta nueva catedral asume su misión con inyecciones a la vena e intervenciones quirúrgicas. Que no se note pobreza. Que no nos aceche la vejez. Que no quepan dudas sobre la administración de la fuerza. Que el discurso hegemónico resuene como decisión voluntaria. Para no generar dudas. Para perpetuar el movimiento de la reproducción y así quedar estampados en el sesgo, el modelo, la ilusión. Como fundamento. Como placebo. Como marca.
viernes, 15 de abril de 2011
1
Porque nunca te creí
Porque crecimos en lugares distintos
Porque usamos sábanas manchadas
en la comodidad de tu caparazón
habitada por fantasmas
Entonces me dijiste que el cuerpo
era una prolongación de tu añoranza
y yo te respondí que de todos modos
podría permanecer en él
pero no pude
Porque el frío
Porque la semejanza
Porque la sed
Tú me la arrebataste desde que dibujamos con saliva
hilitos caracolados en las vértebras del clandestinaje.
Ya sé que nuestras madres nos contagiaron la soledad
y que tus cruces son muchas más
que aquellas que la piel te rebana
Porque todos hablan de ti
Porque nunca defendiste mi reino improvisado
Porque la orfandad te duele hasta la médula de los huesos
como si yo tuviera la culpa
de pintarte violeta
el inicio de los agujeros.
Yo en el principio te lamí
los albores de un deseo corruptible
Tu boca
Tus manos
El comienzo de tu vello púbico
ése que rasuramos aquella tarde de abril
como si el filo de la tijera
nos cerrara los círculos
Porque las hembras tejen
Porque las hembras bordan
Porque las hembras se inventan excusas
para generar su corriente de hebra
Entonces inscribí tu nombre en las puntas del clímax
Las letras violaron el rito de la sal
y yo añoré,
perdí el tiempo
inventé nuevos nombres
para que no me confundieras
Porque me dolía saber
Porque me dolía pensar
Porque me dolía que me doliera
tu cuerpo soñado en las manos de otra
Sin embargo encima tuyo
tenté a la palabrería y seguí.
Por eso cuando miré
tu sangre roja
abrí las piernas
para menstruarte y decir
que me sangrabas para siempre
fisurándome las entrañas.
sábado, 9 de abril de 2011
Rododendro
Mi abuela cultivaba las plantas más bellas y coloridas que he visto, como si las texturas pudieran contraponerse a la dureza de sus facciones.
Día a día recorríamos su jardín. El rictus facial indicaba un mutismo obligado, cegado por la luz del sol o por el viento de la tarde.
Mi abuela jamás se dobló para acariciarme; nunca descendió a mi sillita de totora, ni me miró con ojos amancebados.
Quizás por eso yo esperaba la llegada de mi madre, el olor de mi madre, la voz de mi madre, las caminatas en silencio y mi cara de pena, porque cuando ella no estaba, el jardín se llenaba de maleza, pero yo no podía decirlo.
Mi abuela jamás me miró con gratitud. guardaba recelosa las palabras para sus santos. Los vestía de vez en cuando ante mi mirada atónita y el florecimiento de uno que otro Muscaris.
Yo la veía imposibilitada de llorar y al día siguiente volver a empezar en la humedad más abierta de la carne. El gajo de sus flores hinchadas. La podredumbre ingrata de las plagas.
Mi abuela lloraba para adentro. Decía que la sal cosía las flores como un hilo de baba afuera de sus entrañas. Pensaba que los caracoles no tenían dignidad y que merecían un destino más salado que la ceguera.
Yo sabía que despuès de la muerte del padre las hijas mujeres quedan todavía más huérfanas hilachentas envenenadas pero mi abuela no me escuchaba no me decía no me llamó a su lecho de muerte para pedirme disculpas por las espinas de las rosas.
Mi abuela no me quería.
A cambio de eso, me enseñó el nombre de todas sus flores.
jueves, 7 de abril de 2011
Vórtice
El cuerpo múltiple. La complejidad. La latencia en el borde de su decir. ¿Cuáles son los cuerpos de los que se habla, se dice, se recuerda? ¿De qué manera los evocadores instalan un lenguaje inherente a cada roce como secuela de su hartazgo? La repetición del concepto escapa de una definición certera, pues la imposibilidad subyace en la dificultad de encontrar sinónimos para este “algo” que nos habita y/o viceversa. Entonces, ¿dónde quedan los cuerpos aludidos, (in)visibilizados, recordados en la necesidad de decir, de marcar un territorio y generar tránsitos desde los límites de su (im)probable?
Se escribe rozando la hoja. La piel descubre una superficie helada y lisa; roja y cuadriculada para su extensión. El lápiz se amolda a la carne de los dedos. Se modifica la circulación sanguínea. También nos leemos los cuerpos. Estamos vivos. Nombramos mirando. Nos abrazamos. Nos repetimos los pasos los encuentros los besos la respiración. Sin embargo nada vuelve a ser igual.
¿Cómo un cuerpo máquina accedería a la maravilla del pestañeo si no fuera por la fragilidad posible de los costados? ¿Dónde pusimos los afectos en estas subversiones productivas, presas de aquella alienación que nos marca con el tránsito de una mercancía seriada? El cuerpo instalado en el futuro advierte sobre la posible modificación de los quisiera. Atados en la superposición de sus materiales, los cuerpos confluyen hacia las exigencias laborales, exitistas, elegantes como si propusieran un nuevo punto de partida que obstruye su desarrollo normal.
¿Qué lugar ocupa el útero materno en la constitución del nuevo cuerpo pasado/futuro? Quizás el triunfo de una sangre contenedora debería acompañar al decir y al despertar de los sentidos, pues junto con evidenciar el peso de la historia y la biografía, el cuerpo constituye una fuente de sales, humedades, óleos, colores y fluidos que empapan.
(Des)dibujando los límites, las preguntas constituyen un dentro y fuera de este cuerpo/texto.
miércoles, 30 de marzo de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
Eugenesia
Cuando niña, mi madre me explicó que de grande tendría una herida, que sangraría todos los meses, que dolería de vez en cuando, que podría tener hijos, pero que no había razones para el sufrimiento. Entonces fui eliminando trocitos de carne como fetos abortados por casualidad. Ella gemía ante mi exceso de sinceridad y yo urdía pretextos para hacer que la sangre me llegara por los bordes. Sangrar es como escribir. El cuerpo se tuerce en un ademán irreprochable. Las venas subvierten la caligrafía y el texto es producto de una vacuidad necesaria para llenarse. La mancha colorea la página en blanco para decir desde la herida de su páramo y yo. Yo advierto el temblor de mi madre que me besa para agotarme. Toda ella absuelta en un recoveco original que la dice hasta el punto de extrañarla.
Un cuerpo es un trazo impredecible. Todo nacimiento azaroso pudre el revés con imprecaciones de hoja. La página, el rasguño y la piel. El pedacito de endometrio que me falta para llenar estas paredes en blanco. Mis hijos. Mis hijos sus vértebras sus bracitos impuros. Mis letras en la página de su dolor. Yo gimiéndoles la noche más agotadora de su vida. Ellos encima y debajo de mí rozándonos apenas los labios. Como mi madre. Como la madre de su madre. La hija parida a medias entre ultrajes y apariencias concatenadas por la dermis. Ellos me dicen. Ellos repiten nombres y yo no hago más que sangrar. Qué más podría hacer en una nostalgia acechada por los pájaros. Ellos me picotean el pubis. Insisten en leer las letras agotadoras de su nacimiento. Porque mis hijos y mis letras son pájaros.
Cuando niña mi madre me dijo. Mi madre me pasó un pañito blanco y me dijo que con eso me cubriera las piernas. Me dijo que no las abriera por nada del mundo. Que las niñas con las piernas abiertas se portan mal, y en vez de hijos paren palabras. Por eso las aborté antes de decirlas: para que mi madre no se enojara ni dejara de besarme y acariciarme y hablarme. y decirme que me quería. Porque el silencio es el peor castigo que una madre puede dejar caer, así, como mancha roja, oscura, pegoteada en los bordes casi como por casualidad.
jueves, 17 de marzo de 2011
Tu sangre fluye
como nombres de pétalos
que florecen y se arrugan y caen
para pulverizarse como alas de otro tiempo.
Entonces tú dices convencida
que la tradición nos floreció desde el sangraje
una raíz tras otra
un velo
una espera teñida de maleza
Y luego un espejo
de sépalo ambicioso
jugando a separar
uno a uno
sus estambres.