lunes, 18 de abril de 2011


Después de lamerle la lengua a la vida
fui a salarle
la pulpa
a la montaña.

viernes, 15 de abril de 2011

1


Porque nunca te creí
Porque crecimos en lugares distintos
Porque usamos sábanas manchadas
en la comodidad de tu caparazón
habitada por fantasmas

Entonces me dijiste que el cuerpo
era una prolongación de tu añoranza
y yo te respondí que de todos modos
podría permanecer en él
pero no pude

Porque el frío
Porque la semejanza
Porque la sed
Tú me la arrebataste desde que dibujamos con saliva
hilitos caracolados en las vértebras del clandestinaje.

Ya sé que nuestras madres nos contagiaron la soledad
y que tus cruces son muchas más
que aquellas que la piel te rebana

Porque todos hablan de ti
Porque nunca defendiste mi reino improvisado
Porque la orfandad te duele hasta la médula de los huesos
como si yo tuviera la culpa
de pintarte violeta
el inicio de los agujeros.

Yo en el principio te lamí
los albores de un deseo corruptible
Tu boca
Tus manos
El comienzo de tu vello púbico
ése que rasuramos aquella tarde de abril
como si el filo de la tijera
nos cerrara los círculos

Porque las hembras tejen
Porque las hembras bordan
Porque las hembras se inventan excusas
para generar su corriente de hebra

Entonces inscribí tu nombre en las puntas del clímax
Las letras violaron el rito de la sal
y yo añoré,
perdí el tiempo
inventé nuevos nombres
para que no me confundieras

Porque me dolía saber
Porque me dolía pensar
Porque me dolía que me doliera
tu cuerpo soñado en las manos de otra

Sin embargo encima tuyo
tenté a la palabrería y seguí.
Por eso cuando miré
tu sangre roja
abrí las piernas
para menstruarte y decir
que me sangrabas para siempre
fisurándome las entrañas.

sábado, 9 de abril de 2011

Rododendro

Mi abuela cultivaba las plantas más bellas y coloridas que he visto, como si las texturas pudieran contraponerse a la dureza de sus facciones.

Día a día recorríamos su jardín. El rictus facial indicaba un mutismo obligado, cegado por la luz del sol o por el viento de la tarde.

Mi abuela jamás se dobló para acariciarme; nunca descendió a mi sillita de totora, ni me miró con ojos amancebados.

Quizás por eso yo esperaba la llegada de mi madre, el olor de mi madre, la voz de mi madre, las caminatas en silencio y mi cara de pena, porque cuando ella no estaba, el jardín se llenaba de maleza, pero yo no podía decirlo.

Mi abuela jamás me miró con gratitud. guardaba recelosa las palabras para sus santos. Los vestía de vez en cuando ante mi mirada atónita y el florecimiento de uno que otro Muscaris.

Yo la veía imposibilitada de llorar y al día siguiente volver a empezar en la humedad más abierta de la carne. El gajo de sus flores hinchadas. La podredumbre ingrata de las plagas.

Mi abuela lloraba para adentro. Decía que la sal cosía las flores como un hilo de baba afuera de sus entrañas. Pensaba que los caracoles no tenían dignidad y que merecían un destino más salado que la ceguera.

Yo sabía que despuès de la muerte del padre las hijas mujeres quedan todavía más huérfanas hilachentas envenenadas pero mi abuela no me escuchaba no me decía no me llamó a su lecho de muerte para pedirme disculpas por las espinas de las rosas.

Mi abuela no me quería.

A cambio de eso, me enseñó el nombre de todas sus flores.

jueves, 7 de abril de 2011

Vórtice

El cuerpo múltiple. La complejidad. La latencia en el borde de su decir. ¿Cuáles son los cuerpos de los que se habla, se dice, se recuerda? ¿De qué manera los evocadores instalan un lenguaje inherente a cada roce como secuela de su hartazgo? La repetición del concepto escapa de una definición certera, pues la imposibilidad subyace en la dificultad de encontrar sinónimos para este “algo” que nos habita y/o viceversa. Entonces, ¿dónde quedan los cuerpos aludidos, (in)visibilizados, recordados en la necesidad de decir, de marcar un territorio y generar tránsitos desde los límites de su (im)probable?

Se escribe rozando la hoja. La piel descubre una superficie helada y lisa; roja y cuadriculada para su extensión. El lápiz se amolda a la carne de los dedos. Se modifica la circulación sanguínea. También nos leemos los cuerpos. Estamos vivos. Nombramos mirando. Nos abrazamos. Nos repetimos los pasos los encuentros los besos la respiración. Sin embargo nada vuelve a ser igual.

¿Cómo un cuerpo máquina accedería a la maravilla del pestañeo si no fuera por la fragilidad posible de los costados? ¿Dónde pusimos los afectos en estas subversiones productivas, presas de aquella alienación que nos marca con el tránsito de una mercancía seriada? El cuerpo instalado en el futuro advierte sobre la posible modificación de los quisiera. Atados en la superposición de sus materiales, los cuerpos confluyen hacia las exigencias laborales, exitistas, elegantes como si propusieran un nuevo punto de partida que obstruye su desarrollo normal.

¿Qué lugar ocupa el útero materno en la constitución del nuevo cuerpo pasado/futuro? Quizás el triunfo de una sangre contenedora debería acompañar al decir y al despertar de los sentidos, pues junto con evidenciar el peso de la historia y la biografía, el cuerpo constituye una fuente de sales, humedades, óleos, colores y fluidos que empapan.

(Des)dibujando los límites, las preguntas constituyen un dentro y fuera de este cuerpo/texto.

sábado, 2 de abril de 2011



La diferencia entre el antes y el después
implica mucho más
que una quebrazón de cáscara.