sábado, 9 de abril de 2011

Rododendro

Mi abuela cultivaba las plantas más bellas y coloridas que he visto, como si las texturas pudieran contraponerse a la dureza de sus facciones.

Día a día recorríamos su jardín. El rictus facial indicaba un mutismo obligado, cegado por la luz del sol o por el viento de la tarde.

Mi abuela jamás se dobló para acariciarme; nunca descendió a mi sillita de totora, ni me miró con ojos amancebados.

Quizás por eso yo esperaba la llegada de mi madre, el olor de mi madre, la voz de mi madre, las caminatas en silencio y mi cara de pena, porque cuando ella no estaba, el jardín se llenaba de maleza, pero yo no podía decirlo.

Mi abuela jamás me miró con gratitud. guardaba recelosa las palabras para sus santos. Los vestía de vez en cuando ante mi mirada atónita y el florecimiento de uno que otro Muscaris.

Yo la veía imposibilitada de llorar y al día siguiente volver a empezar en la humedad más abierta de la carne. El gajo de sus flores hinchadas. La podredumbre ingrata de las plagas.

Mi abuela lloraba para adentro. Decía que la sal cosía las flores como un hilo de baba afuera de sus entrañas. Pensaba que los caracoles no tenían dignidad y que merecían un destino más salado que la ceguera.

Yo sabía que despuès de la muerte del padre las hijas mujeres quedan todavía más huérfanas hilachentas envenenadas pero mi abuela no me escuchaba no me decía no me llamó a su lecho de muerte para pedirme disculpas por las espinas de las rosas.

Mi abuela no me quería.

A cambio de eso, me enseñó el nombre de todas sus flores.

1 comentario:

La paciente nº 24 dijo...

Cuando los caracoles quieren ser hormigas se desprenden de la casa y van a buscar pescado a las tiendas de la esquina, caminan en línea recta con el pescado sobre las antenas, pero se dan cuenta que no caben por cavidades estrechas, ni desean ser soldados, ni obreros ni reinas, entonces –siempre- deciden involucionar y volver a ser abejas.

[Te saludo]