lunes, 11 de agosto de 2008

Diego Ramírez y "Bryan, el nombre de mi país en llamas":

Este libro fue un gesto de amor absoluto...

http://www.letras.s5.com/dr060808.html

Con Diego nunca se sabe. Sus panoramas van desde beber jugo de frambuesa, caminar hacia la Plaza Brasil o comentar "La Grieta", de Doris Lessing, en un restaurant chino del barrio Bellas Artes.
Cuando éramos compañeros de universidad, invertimos muchas, muchísimas horas en hablar por teléfono. Diría que fue -y sigue siendo- un maestro.
En ese tiempo, fue contándome silenciosamente que escribía.
La literatura era un hecho consumado en el borde de su marginalidad académica.
Odiábamos a nuestros compañeros de curso, a la mayoría de los profesores y a aquellos amores del metro que nos esperaban para llegar hasta Santa Ana, congelados por ese silencio que a nosotros ya no nos dolía.
Nos acostumbramos a ejercer una complicidad implícita.
(Decir todo sin decir nada...)
Una vez, frente a la Academia de Humanismo Cristiano, le entregué un legajo de textos que actualmente me avergüenzan; adolescentes todos, vírgenes y atestados de lugares comunes.
A pesar de eso, y después de recortar e hilvanar nuestras biografías con algo más que hebras rojas, y muchísimos años después de curiosos incidentes y lejanías injustificadas, me invitó a participar en su primer taller de literatura; una verdadera odisea. "No sé, Carolina... Juntémonos a leer, a escribir, a conocernos de nuevo y veamos qué sale"... Fue en el último piso de Tenderini 85.
Desde ahí, re/aprendimos a abrazarnos con el respeto de los compañeros de ruta.
Además de su talento, lo que más rescato es la humildad con que profesa el ejercicio literario, inculcándonos el respeto; no sólo entre los chicos que componemos el taller, sino frente a nuestros referentes y coterráneos.
Nosotros no somos estrellas de rock; escribimos porque algo nos duele. Más allá de los padecimientos físicos, somos testigos de una psicosis social que nos insta a la rebeldía escritural como reflejo de los tiempos actuales.
He tenido el honor de colaborar con Diego en algunos de sus proyectos y presentaciones. El día que concertamos esta entrevista, me sentí halagada, no sólo por su confianza, sino por la posibilidad de armar un ideario en torno a su último libro. Es como si abriésemos una nueva puerta de complicidad donde las voces aparezcan más crecidas, menos niñas.
Cuando la sustancia habla, algo en el mundo se prende en ella. Ese fuego emana desde la catarsis a la subversión de sabernos desnudos, en esta maravillosa intemperie de un ABC descrito como fusión y como marca.

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