lunes, 27 de abril de 2009

Sustancias informes

Yo los sentía dudar
como si de pronto
nos fisuraran los párpados.

Venían de noche
Caminaban de día

A veces nos mordían los pies
marcándonos los tobillos
con sus eslabones.

Las calles chorreaban
Las calles se convertían
en interminables fosas de sal.

Nos lamían las piernas

Nosotros los mirábamos como si algo,
pero nunca.

Difícilmente sucedía algo allí
o tal vez pasaba,
pero ya estábamos acostumbrados.

Era como si la fiebre
se hubiese apoderado de nuestras falanges
y ahora el circuito les pertenecía.

A nosotros nos bastaba
la lucidez de su pupila.

Nosotros los queríamos
entrando por los agujeros.

Un agujero es un ojo
Un agujero es aquella abertura
con que la vida nos infla la carótida
Un agujero es un puente de nacimiento
que lo masculino vulnera
y el feto rasga.

Ellos sabían.
Ellos podían olernos
a kilómetros de distancia.

Venían de espaldas
como si tuvieran que vivir.

Algunos nos marcaban
pedazos de N
y el resto chupaba el exceso de sangre.

Nadie decía que No
Llevábamos su N tatuada en el ombligo
Una N era moneda,
era agua,
era vagancia.

Una N era el placer
con que nos entregábamos
al puño.

Nos marcaban las encías
Nos mordían la cintura
Nos orinaban las axilas
Pero aún así
Antes de sonreír
los buscábamos entre los matorrales.

Ya avanzada la noche
aparecían bajo la cerradura.

Nosotros los señalábamos
con un gesto
y todos sabían.

Nadie huía
porque ferozmente
nos habíamos acostumbrado.

Nos gustaba imaginar
su multiplicidad cromática:
grises, negros, amarillos.

Pocos disimulaban sus manchas
quizás por morbo
quizás por hastío.

Yo diría que sentían vergüenza
y cerraban los ojos
al enfrentar la luz.

(Nosotros jamás los mirábamos de frente)

Ellas les rogaban
introducirse entre sus piernas
Ellos susurraban piedad
ofreciéndoles bandejas
con vísceras y semen.

Nosotros
permanecíamos quietos
afiebrados por el grito
de quien vislumbra la maleza.

Su marca era
una peste morada
enquistada insulsamente
en el comienzo del lagrimal.

Siempre que nos mordían la boca
nos estremecían
la catarsis del verbo
Y luego todo lo contrario:
Hablábamos como locos
Danzábamos en el frenesí
de nuestros genitales encubiertos.

El sonido nos cegaba
Todo pelo venía a alzarse
como una sustancia mareadora
en la punta de las vértebras.

Nos habían contado leyendas.
Habíamos crecido
con la facultad de predecir
y la N no era más
que un destino balsámico en la lengua.

Ellos nos decían
Ellos secreteaban en cuatro patas
y después nos olfateaban.

Quedaba para nosotros
un líquido precario.

Nos enredábamos en el instante
Bebíamos
Asentíamos con los párpados.

Nos rasguñaban los brazos
Nos tiraban el cabello.

Esperábamos ser
fecundados o rozados
por encima de la ingle.

Ellos nos labraban la piel
Se agitaban sobre nosotros
hirviendo en transpiración.

Nos repetían dialectos inadecuados
pero tan audibles
en el borde de la uña.

Y nosotros sonreíamos
como si aquél fuera el pacto
que desde siempre
quisimos oír.

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