jueves, 8 de abril de 2010

Sus primeros trazos...



En febrero de este año, me invitaron a participar junto a otros porfesionales, como monitora de un taller de literatura en el marco del programa "Creando Chile en mi Barrio".

El desafío era enorme, pues jamás me había desempeñado en una actividad similar, y temía no contar con los alumnos, o ser incapaz de entregarles las armas motivacionales necesarias para emprender el viaje.

A pesar del miedo, aventuré a desplazarme hacia el norte (Ovalle, IV Región), para trabajar durante una semana con personas en riesgo social, prometiéndome entregarles la escritura como un juego lleno de colores que les permitiera aumentar su autoestima y fortalecer sus virtudes.

En medio del desconocimiento y de una actitud quizás arrogante, antes de conocerlos planifiqué actividades relacionadas incluso con la teoría literaria, pasando a llevar sus verdaderas inquietudes.

Desde la primera clase comprendí que las sesiones debían ajustarse a los sueños que el contexto les había negado, para acercarme a sus verdaderas emociones. Entonces, dibujamos con palabras y fuimos develándonos ante los demás en una intemperie que no nos doliera tanto.

Cuantitativamente, fueron 9 los alumnos que sagradamente concluyeron a la sede social a escribir sus latencias. Dos de ellos (Angelina y Oscar) a pesar de su discapacidad intelectual estuvieron dispuestos a compartir un pedacito de sus letras con nosotros, entregándose a mis exigencias: "aquí todos escriben. No hay ninguno que tenga las manos cortadas, y si es así, me dictan y les escribo yo"...

El resto: niños, madres, abuelas, temerosos de enfrentar la página en blanco, poco a poco fueron contándonos quiénes eran, constituyendo uno de los talleres más emorivos del grupo, no sólo por sus historias de vida, sino por el esfuerzo que día a día dedicaban a la escritura. (Muchos de ellos poseían bajos niveles de escolaridad, aunque procuraban esforzarse al máximo)

La última clase, cuando les pedí que escribieran una carta a alguien significativo contándole sobre sus sueños, me sobrecogió escucharlos leer en voz alta: ser cantante de rock, que sus nietos accedieran a la universidad, estudiar medicina veterinaria, aprender a bailar, trabajar en un almacén de dulces y ver crecer a la hija enferma, agradeciendo a dios haberle prolongado la vida más allá de lo que la ciencia en su momento estipuló.

Después de emocionarnos en conjunto, de abrazarnos y darnos las gracias, no sólo volví con una tremenda satisfacción, sino con la necesidad de replicar la experiencia en todos los lugares posibles.

Para mí, se convirtió en una búsqueda. Fue tanto el cariño que recibí durante mi estancia, que necesito devolver la mano, afiatar los lazos, continuar una voz que genere cariños entre los vecinos, los familiares, los amigos.

En sus caligrafías hermosas y poco experimentadas releo actitudes y cariños esperanzadores. Gestos mímimos y enormes. Caricias, frutas, dibujos, colores. Veo su paciencia, su lucha, sus invitaciones a la hora del té, con lo mínimo, que de grande se vuelve absoluto.

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