sábado, 9 de mayo de 2009

Figurita coleccionable


La casa quedó muda cuando te fuiste.
Yo le decía a mi mamá que hiciéramos una pileta con pececitos anaranjados, pero ella se acordaba de los gatos. La idea no era tener animales expuestos al zarpazo, sino que nos dibujaran burbujas nacaradas, y de cuando en cuando les lanzáramos pedacitos de langostas disecadas.
Me gustaría decir que tengo fragmentos olvidados, pero he conservado tu partida con el molesto rumor de las primeras veces, que siempre nos musitan su existencia al oído.
Cuando mi abuelo me llevaba a misa, nos entregaban un papelito impreso con los detalles de la homilía. El Domingo es el Día del Señor. A estas alturas, no debería tener mayor implicancia, salvo por ti y el calendario que agiganta este proceso de exposición.
Si te digo que me invento excusas para el salvataje, entenderás por qué no he leído a la Pizarnik ni me siento sobre la maleza para ver cómo atardecen los rubores anaranjados.
El patio es un caos; no por las plantas, sino porque tus lugares se han llenado paulatinamente de polvo. Los primeros días te sentíamos venir con tu ruido de luciérnaga sobre las baldosas. Entonces, abríamos la puerta para darte galletitas o tocarte tibiamente el lomo.
Podría narrar de memoria cómo sucedieron los acontecimientos, aunque tú sabes mejor que nadie cómo nos azotaba el sol ese primero de febrero.
No quiero mentir.
A veces te culpo por desaparecer. Maldigo tu cuerpo y tu pelaje y tus ojos hermosos y tu incapacidad de enfrentar el diluvio. Porque literalmente te llenaste de agua y eso impedía que te alimentaras con normalidad.
Odio mi cariño. Odio no haberte amado más y llamarte incontables veces Panchita, Osito Bello, carita de colibrí.
Lo más triste de todo esto es saber que nunca más vendrás para sentir tu aroma a perrito durmiendo, ni te estirarás como Jedi haciendo ruiditos regalones con el hocico.
La primera lluvia del año quise desentrañarte de tu arcoiris de lava, pero mi madre fue a buscarme y quizo darme un Ravotril. Las cosas con ella han mejorado bastante, no sé si porque sabe que tu ausencia día a día me quiebra un poquito, o porque tu partida le dejó una intemperie aún más profunda que su enfermedad.
Ahora los gatos trazan campos de batalla. Arman fiesta alrededor de tus hijitos de peluche. Es como si se burlaran, Ros. Cómo les explico que verlos duele, y que no tenerte duele aún más.
Yo no sé si fui lo suficientemente explícita cuando vivíamos solas. Es cierto que muchas veces te agradecí llorando, pero quizás faltó un poema por leer o por escribir. O una canción, o un trocito de hielo o dulce.
Cuando fui a Valdivia, logré vislumbrar tus raíces trenzadas con las humedades del Sur. Entonces comprendí que estarías en todos los lugares, pero ni siquiera eso a veces logra convencerme.
En el Jardín Botánico, Arrayanes y Sauces se tiraban dichosamente el pelo. No sabes lo que es sentarse a esperar el advenimiento de un mago, la voz temblorosa de algún quisiera.
Hay tantas cosas que necesito compartir contigo...
Mi madre todavía no aprende a calcular una ración menos al preparar la comida. Pareciera que vas a volver, hambrienta y galopando como caballito ausente. Siempre nos queda ensalada de tomate, o zanahoria, o manzana fuji.
Por acá han aparecido varios perritos callejeros que la Ximena me deja alimentar, sabiendo que eso, de algún modo me permite perpetuarte. Estos meses he sentido que ella comprende mis códigos implícitos.
Hay un perro que me llama particularmente la atención. Es blanco con amarillo y negro. Se acerca con paso de adolescente en plena edad del pavo. El miércoles le dimos legumbres en tu platito amarillo; pero él -más que entusiasmado con el alimento- demostró interés en el pocillo. Tanto, que lo tomó con su hociquito y lo dejó en medio de la calle. Para qué te cuento el desparramo de porotos y tallarines y zapallo. La Ximena se reía y yo avergonzada recogí los señuelos.
El mundo no ha cambiado mucho; sólo que tú no estás y eso me traza una brecha insondable con las conjugaciones verbales.
Una mañana, mi mamá abrió la puerta de mi habitación. Yo fingí dormir. Entonces, fue al living y lloró amargamente mientras revisaba tus álbumes fotográficos. A mí no me quedó otra que mantenerme en posición fetal apretando la almohada contra mis oídos.
Antes de llevarte para siempre a ese hogar que abrimos en tu nombre, me recosté a tu lado en el sofá. Te acaricié tanto que guardé una memoria de huella digital. Para no perder ningún detalle. Para que mis poros conservaran la lucidez de tu tacto. Luego, puse mi lengua encima de la tuya y te cerré los párpados con premoniciones astrológicas. Sentí que así se despedían las verdaderas Magas; y si había un contagio, quería tenerlo, para dibujarme con grafito las iniciales de tu origen.
Me gustaría compartir este otoño contigo y decirte que lo malo va a pasar.
Cada vez que te miré, sentí que venías reencarnada de otra vida. Una persona carente de amor, muy dispuesta a los cariños en azúcar. No sé si cumplí con maravillarte suficiente. Lo cierto es que mis momentos están repletos de instantáneas con tu luz.
Dos semanas antes que murieras, le dije a la Ximena: "Mamá, la Roscala va a morir luego. Vamos a tener que sacrificarla", aunque hubiese preferido vaticinar cualquier otra catástrofe.
El día que nos despedimos, sentí tu abrazo, y que la noche nos iba a quedar grande.
Luego sucedieron acontecimientos indescriptibles: Venían avecitas a cantar sobre tu tumba, encontramos caracoles de mar bajo la tierra que removimos, se secaron las plantas que dormían a tu lado. Una mariposa blanca, enorme, sobrevoló tus juguetes un par de veces y luego emprendió nuevamente el rumbo.
La casa quedó muda cuando te fuiste.
En mi pulpa de sacerdotisa convierto tu ausencia en buena energía. La noche anterior a tu muerte, te dije que estaríamos bien, y necesito cumplir ese pacto.
Los abrazos de mi madre son impagables.
Si vienes en sueños, házmelo sentir. Para tocar tu esencia de figurita nostalgiada y darte tibiamente las gracias.

2 comentarios:

La paciente nº 24 dijo...

No sabes de la lluvia –gris- completamente descifrada, aquí dentro, definitivamente. Cuando, todavía, en sombras, lo releo.

Complicidad del Roce dijo...

Y tú no sabes la lluvia
que viene azotando
este verano
este otoño

No sabes el dolor
que produce esta agua...

Sin embargo, confío que el tiempo
(nos) sanará.

:)