sábado, 5 de septiembre de 2009

(La fidelidad está vedada esta noche)


El texto Arcada, de Carolina Vega, examina las condiciones de una poética del subalterno, de aquellos que no caben dentro del relato establecido para la modernidad, y que, desplazados hacia la frontera y el límite de toda territorialidad, muestran sus cuerpos frágiles y “bastardos“; sucios, irreverentes y contaminados en la ciudad posmoderna, dominada por las exigencias del mercado comprador, ligado a una cultura blanca, que somete y controla los gestos de la épica o la canción sudaca.

El situarse como “ perra” o “perro “ define la forma de ese territorio que se instala desde la voz disidente de Carolina Vega: situarse desde la zona “inferior”, nombrase animal en un relato que delata una sexualidad que viene a ampliar los contornos de la precaria historia en un despliegue de metáforas que al decir de Homi Bhabha en su libro El lugar de la Cultura, tienen la capacidad de oponer un signo poético a la ferocidad de las hegemonías políticas y económicas de la cultura occidental.

Los “perros” que acezan, gimen, espían y se acoplan o muerden ferozmente tienen una data en la literatura chilena. Tal vez sería interesante conectarlos con Carlos Droguett y sus Patas de Perro, en que cita a Boy el niño proletario, animalizado y descartado por toda la civilidad política. Boy el niño paria, el exceso, el excedente: cuerpo de hombre, cara humana y patas de perro, alegoría del mestizaje, símbolo del mestizaje y de su violencia carnal y simbólica, de su relato más allá o antes de la letra culta y europea, en la antena misma del odio.

En el texto de la madre, la autora elige una figura que reformula una identidad chilena, incestuosa y local. La madre siempre más acá y más allá del cuerpo, rompiendo cualquier amenaza de unidad, se entrevée su fuerza productiva y avasallante, cordillera que estrella sus brechas en las islas jóvenes recordando una historia cerrada y montañosa.

Porque al madre se nutre de la hija y fiel a esa unión de dos bastardas, dos vasallas latinoamericanas, se arriman en el “reducto” de la “ playa”, no de la “ patria”, puesto que ésta última es un espectáculo inacabado y sumiso. Ese es el modo de habitar de Carolina Vega, su apertura como signo resistente y poéticamente transtextual, híbrido y plural, desafiando poéticas más conservadoras, que se revela y sigue las líneas barrocas, profusas, de una genitalidad desordenada y en verdad revolucionaria.


Eugenia Brito. 14 de agosto de 2009.

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