domingo, 13 de septiembre de 2009

Nuestro símbolo patrio


Una persona como yo de la noche a la mañana debería amanecer muerta, porque es tanto el animal teñido de biográfico, que el desprendimiento sanguíneo impera.
Yo no estoy para triunfos ni buenas personas sino para chicos perversos que quieran y odien y se larguen a la salida del cine; locos de miedo repitiendo que esa costra que les supura bajo el cráneo no es más que un tilde en el inicio de sus aberturas.
La patria jamás ha formado parte de mis bordes, pero quiero bailarla con esta costura de hilo bordado.
En el escudo hay un par de animales extintos y la tríada de los colores típicos con sus jaurías humanas en apogeo. (Yo no sé hasta qué punto brotan cristales desde el centro, pero coincido en dejar al cuerpo doblado como una bandera sobre el ataúd de unos cuantos héroes menores, cuyos nombres jamás aparecerán en los libros, porque la historia está escrita para gente bonita que confía plenamente en la verosimilitud de los acontecimientos)
Si te digo que quiero bailar es para morderte un pedazo del lóbulo y luego enredarme en tu pubis de niño marchito. Así es como me gusta la gente a mí: con el fracaso medio colgando y una expresión de pérdida y rabia a ambos costados del ojo.
Porque los animales nos reconocemos por el olfato, y desde aquella primera vez nos usurpamos las utopías de la derrota.

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