domingo, 15 de marzo de 2009

Carolina: Los animales no estaban sonriendo


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Todo en Carolina era una fotografía parchada, recortada, adornada por brillitos, por lápiz violeta, por flores olvidadas, por reinscripciones y formas. El lenguaje de Carolina Vega es el protagonista de sus textos. Cómo dice, cómo nombra, cómo ejercita la palabra desde la fuerza radical del verso: Es ese maldito cariño el que cierra la boca llena de llagas para no mascullar el malogrado cuerpo prestado.

Conocimos a Carolina llena de magia, colores y sueños. Los traía cada tarde al taller, en miles de bolsitas distintas; en miles de cajas y formas.

Carolina leía y enmudecía a todos. Su tono, su ejecución vocal, su musicalidad anunciaba el corpus poético. Los sujetos que instalaba el habla, los peces y gatos que nadan en su texto, y el ejercicio de escribir como posibilidad y enunciado. Por eso se dice que duele; aunque los peces y los gatos jamás puedan comprenderlo.

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*Éste es un fragmento del prólogo que Diego escribió para "Marcas de Dientes", la primera antología en que publiqué, junto a mis compañeros del taller El Baile de los Niños, a principios del año 2007.
De un tiempo a esta parte he andado nostalgiada; desentrañando secretos a voces de aquéllos que configuran no sólo un habla, sino la manera en que cada uno habita el mundo y se apodera de él.
Marcas de Dientes contiene los atisbos iniciales. Recuerdo nuestras primeras clases en Tenderini 85 y el pavor que nos producía no sólo enfrentarnos a la página en blanco, sino también ejercer una intemperie frente a los demás.
Para mí, las lecturas en público continúan representando instancias bastante siniestras. La poesía debería leerse en voz baja y quedar palpitando suave en algún lugar que posteriormente la olvide. Sino, ¿cómo? ¿De qué forma acceder al descubrimiento que proclama un tesoro visto por primera vez?