jueves, 26 de marzo de 2009

Señor Luthier:


Sólo usted podría inventar una llovizna. Usted, que es adicto a los animalitos y las muecas y sin querer me dice lo que soñó mientras nevaban gatos en los tejados.

No hace falta que le cuente que acá trasladamos las fronteras del lenguaje, porque usted lo sabe todo; o al menos logra intuírlo como alguna carta que sacamos al azar, sonriendo siempre antes de tiempo.

El día que le pregunté por los Arcanos, usted dibujaba sobre lienzos amarillos y a mí no me pareció extraño que cediera porciones de aire para imaginar que todo estaba escrito bajo los cuerpos. Esa saga, Señor Luthier, esa saga y sus retazos de niño encontrado después de perder la costra y una luna en su rodilla izquierda son los que me trajeron un eco profundo desde su nido.

A ratos logro vislumbrar que sus heridas tienen que ver con silencios no respetados. Por eso su necesidad de lubricar la magia en violetas exhumados.

No le he contado que la noche anterior soñé con campos espigados. Los cabellos, Señor Luthier. Los cabellos, los caballos, las ventiscas, el fuego. Todo parece una rima grandilocuente aunque me inclino a pensar en el latido de la aorta. ¿Y las manos? ¿Se ha fijado con qué carácter inscribimos sombras chinas en los muros? Si yo pudiera encontrar ese ojo que baila en los arrecifes, le preguntaría por usted y hablaríamos de Finlandia. ¿Vio que todo es un destino aparente cuando cedemos al cosquilleo de lo probable?

El mar mece. El mar agita cascadas de estrellas. Me gustaría que tanto usted como yo pudiéramos contener cielos entre las manos sin importar que aquello suene demasiado vulnerable para mi escritura.

Hace días, señor Luthier. Hace días. Tengo tantas cosas que contarle, pero las palabras se me agolpan entre los dedos y los labios. Alguna vez deberé jerarquizar y decir.

Usted no me ha contado de los placeres ni del ruidito que escucha al levantarse. Ahora yo pienso en colibríes formando figuritas en las ventanas. Quizás le interesaría la historia de los Olm o alguna leyenda griega que mi amigo imaginario y yo podríamos contarle.

(El caso es que la risa, los dragones y los tejidos están formándose hace mucho tiempo)

Usted y yo deberíamos reír como sombras fílmicas de antaño y vertir nuestras esperanzas en los instrumentos desalmados.

Por ahora voy a dejarlo, susurrando un mantra para su garúa.

Espero que me cuente de las pelusitas que se enredan bajo sus pies, y que sus sueños sean siempre una puerta de entrada a los jardines de las Magas.


Fotografía: Diego Ríos.

No hay comentarios: