lunes, 23 de marzo de 2009

II. La Suma Sacerdotisa

En mi sueño, golpeabas la ventana
como en esa película que tanto nos gusta.

Yo te abrazaba con los ojitos chicos
y luego te invitaba a participar
en un segundo ritual de iniciación
antes de meternos bajo las sábanas.

Primero tú;
después mi pelo
recorriéndote las palmas de las manos
anticipándonos a aquellas nervaduras animalescas
que rozan la papila el tacto la enumeración
de los lunares y los vasos sanguíneos.

Me mirabas con tu soledad tan cerca
y yo sonreía
encima de ti, debajo de mí,
como un secreto carente de diálogos
(Tú sabes que de noche
los grillos conversan todo)

Entonces, nos amábamos en cámara lenta
hasta que el sol nos volvía amarillos

Veía claramente tus manos
-Tu cuerpecito encima-
bosquejando un tránsito desde mi nariz
hasta la pronunciación del labio.
(Como ves: nosotros y el film)

Al despertar, algo flotaba en el aire.
No me lo vas a creer,
pero la mañana era espesa
y olía a inquietas semillitas de semen.

Pensé en contarte,
pero preferí dejarlo acá,
como un señuelo para ti,
que siempre serás
mi diminutivo;
mi Otto perfecto.

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