jueves, 26 de marzo de 2009

Abril

Siempre me gustó mi nombre; no sólo por la nostalgia de su A, sino porque Abril es un mes de lagartijas y salamandras tostadas al sol. A veces miro un pedazo de carne y respiro el hedor narrándome su destino de cadáver. A veces, el nombre no es más que una marca registrada horizontalmente sobre una frontera.

Cuando los árboles se mueven, él los mira como si les hablase y yo no entiendo. Es poco lo que logro oír, no sé si por la frontera o la A, o por una incapacidad mía de volverme hacia lo inútil que lo encierra horas y horas en las vicisitudes del ocio.

Será que la soledad nos marca con sus líneas las venas de los brazos y no nos queda otra que aferrarnos a los animales más indefensos que existen, ésos que miran con cierto austismo el mundo de afuera mientras el resto corre vertiginosamente sobre una línea infinita.

De pronto la noche no es más que una excusa para la ejecución de los caligramas. Ellos miran, ellos se pierden condicionados por un reflejo y la línea, nuestra inspiración balea un eco dentro de las fosas nasales. La noche es un lobo con cabeza de fieltro. Su aullido amorata la estrechez de la yugular.


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* Indiferente de llegar a concretar esta novela, pienso que debería volverme narrativa.

1 comentario:

La paciente nº 24 dijo...

Abril de desprende del túnel lluvioso de los días, vetas de oro, como recaídas de hojas al compás de un otoño sin otoño, geografía sinódica de los meses, abril es tiempo o fruta. Su silencio de agua a veces consigue esa sensación de circunferencia de volver a lo volver del mismo sitio. Inútil, se deshiela sobre esa línea que lo muerde y lo revive.