miércoles, 11 de marzo de 2009

Señor Pez:


Es cierto que detuve el Carrusel, porque una siempre debe saber cuándo cerrar la página, dejar el lápiz, decir adiós con la boca o los dedos; aunque a veces quede un punto y coma pendiente.

Nosotros nos alejamos siguiendo otros cauces. Usted me decía hay gente que no quiere que la encuentren y yo continuaba deseándolo para que de noche me desvistiera las palabras.

Espero que te guste ir encima. Y abajo y al costado, porque son diversas las formas de acentuarse los cuerpos. Usted se me resbala por la ingle y yo cedo; con una mordedura al costado de su grieta, su agujero, su imperceptible modo de encadenar los verbos y situarse siempre más allá de mí.

- Qué lindo. Seremos peces...
- No; tú el Pez; yo la Anfibia
respetando siempre la taxonomía de los bordes. Ambos burlamos las limitaciones sucumbiendo gustosos a ínfulas de segundo grado.

No. No me interesa que comprenda porque las palabras son también limitaciones ante la destreza física. Ya verá de lo que somos capaces cuando debamos encaramarnos sobre los hilos de los trapecios. Allí, figuras y formas quedarán resquebrajadas como pausas en el amuleto de un brujo. Usted verá mi silueta elongada tan dispuesta a rodear sus huesos, que nadará para enhebrarme una espiga ornamental.

Quizás ya no debería llamarlo "Señor Pez", porque los acuarios serán costumbres obsoletas. Cuando usted y yo desaparezcamos nuestras bocas en una lengua mutua, generaremos la pulpa para sobrevivir fuera del agua, dentro del cuerpo del otro como quien incinera el cadáver de un animalito muerto.

Si le digo todo esto es porque hoy no alcanzamos a conversar. Usted me contó de la grabación y del ensayo; y yo le respondí que mi amiga estaba aproblemada y que su lejanía me angustiaba demasiado.

Es tanta la imposibilidad que en ocasiones me invento pieles ásperas para descubrir sus pigmentos en mi cuello. Todo. Las alas y el color violeta.

¿Recuerdas, Mago, la noche que soñaste aquél triciclo? Yo anduve todos esos días pensando en uno; mirándome a mí entre mis juguetes de niña; pensando en ti como un amigo imaginario que me hilvanaba una despedida en medio de la frente.

Como verás, a veces tijereteo tus palabras y las unto en saliva por si te reproducen cuando las nombro. Mi paladar se ha acostumbrado a tus "OK" y más de alguna vez he masticado madera, papel, cabellos de gato y cuerpecitos de caracol.

¿No sientes que de esta forma también te reconstruyo?

Lo último: volverme cuerpo es más fácil que llenar un ideal...

Es tarde. Cuando caminemos por Santiago trataré de leer el destino en las nervaduras de sus manos. Sin arrojarme a la experticia de la quiromancia podré avizorar un beso, una nostalgia, una anfibia cautiva en el inicio de su masculinidad.

Pulsaremos en la inquietud del hartazgo. Miraremos pasar nuestras biografías y yo te diré que esta ciudad enferma; pero que de todos modos nunca es tarde para inventar una lluvia.

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